martes, 20 de septiembre de 2016

LA CULONA DE MI CAMA

No ha pasado mucho tiempo desde la última vez y ya siento que la extraño. Fue una singular y complicada relación, llego a mi vida y a mi espacio personal e íntimo sin pedirlo, sin anunciarlo. La extraño como se extraña un buen chocolate con pan y queso en la mañana, la extraño como un buen vaso de Nesquik en la tarde, la extraño como un niño extraña la leche materna, como una anciana con miopía extraña a sus lentes bifocales. Va ser difícil acostumbrarme a la vida sin ella, su presencia generaba los más grandes insomnios en mi vida, no podía pegar ojo mientras ella estuviese conmigo, me trasnochaba con tal sentimiento que me hacía maldecir a diestra y siniestra, (pero por muy inverosímil que suene o parezca ni por el hijueputas digo alguna mala palabra).


A ella la recuerdo recorriendo mi cuerpo semi desnudo de pies a cabeza, y esto lo hacía mientras descansaba tirado en mi cama, ella prefería la noche, cuando me encontraba más expuesto a sus más fervientes deseos, cuando estaba cansado y a punto de quedarme sin aliento. Pero para sorpresa mía, ella llegaba incauta, precavida, sin avisar, en el más completo anonimato. Le gustaba las partes blandas de mi cuerpo, aun siento percibirla en mi abdomen cerca a la parte pélvica o en mi cuello muy cerca a la oreja (en esta parte me dominaba, era débil, me sometía y era ahí en ese preciso momento que la quería tener entre mis manos, atraparla, cogerla con todas mis fuerzas)  o en mi pierna derecha (según mi posición para dormir es la que más expongo al aire libre), cuando lo hacía en mi espalda era muy difícil tenerla al contacto, se volvía fugitiva e indomable. En algunas ocasiones se volvía condescendiente, no sufría de celos enfermizos (como la mayoría de las Nutricionistas) ya que podía estar con ella o con otras cuantas más en mi cama.  


En la mañana al despertar (si dormía) la  buscaba confundido, entre mis sabanas o debajo de la cama, pero al final su búsqueda era infructuosa, ella como amante prófuga, huía sin mediar palabra, sin decir adiós.
Por varias noches nuestros cuerpos se encontraron, se fundieron, y se rozaron de palmo a palmo, nunca me acostumbre a su presencia ni a su recorrido habitual por mi cuerpo, pero la llegue a soportar, quizás me estaba acostumbrando a ella. ¿Me estaría enamorando? ¡no lo creo!


Un día, sin advertir su presencia (pues dormía plácidamente) y en un momento de efervescencia ella clavo sus mandíbulas en mi escroto de forma contundente, desperté al instante con un dolor progresivo y caluroso, la tome con mis dedos sin medir fuerza y con tal desespero la arranque de un tirón, desmembrando todo su frágil y pequeño cuerpo. No lo podía creer, había dado muerte a aquella Hormiga roja de fuego, que se había convertido en mi amiga y mi amante noctámbula. Llore de dolor (no sé si por la inflamación que me produjo su picadura o por su muerte) pero llore, como lloran los hombres, cuando lloran por alguien que ha mordido sus partes nobles.  

   
Posdata: Por más que sea culona, que nadie se meta con mis guevas.


Para aquella hormiguita que en varias ocasiones con besos me picaba e inflamaba mis ganas de tenerla y abrazarla, y que desde hace un tiempo sin querer la desmembré.



No hay comentarios:

Publicar un comentario