No ha pasado mucho tiempo
desde la última vez y ya siento que la extraño. Fue una singular y complicada
relación, llego a mi vida y a mi espacio personal e íntimo sin pedirlo, sin
anunciarlo. La extraño como se extraña un buen chocolate con pan y queso en la
mañana, la extraño como un buen vaso de Nesquik en la tarde, la extraño como un
niño extraña la leche materna, como una anciana con miopía extraña a sus lentes
bifocales. Va ser difícil acostumbrarme a la vida sin ella, su presencia
generaba los más grandes insomnios en mi vida, no podía pegar ojo mientras ella
estuviese conmigo, me trasnochaba con tal sentimiento que me hacía maldecir a
diestra y siniestra, (pero por muy inverosímil que suene o parezca ni
por el hijueputas digo alguna mala palabra).
A ella la recuerdo recorriendo
mi cuerpo semi desnudo de pies a cabeza, y esto lo hacía mientras descansaba
tirado en mi cama, ella prefería la noche, cuando me encontraba más expuesto a
sus más fervientes deseos, cuando estaba cansado y a punto de quedarme sin
aliento. Pero para sorpresa mía, ella llegaba incauta, precavida, sin avisar,
en el más completo anonimato. Le gustaba las partes blandas de mi cuerpo, aun
siento percibirla en mi abdomen cerca a la parte pélvica o en mi cuello muy
cerca a la oreja (en esta parte me
dominaba, era débil, me sometía y era ahí en ese preciso momento que la quería tener
entre mis manos, atraparla, cogerla con todas mis fuerzas) o en mi pierna derecha (según mi posición para dormir es la que más expongo al aire libre),
cuando lo hacía en mi espalda era muy difícil tenerla al contacto, se volvía
fugitiva e indomable. En algunas ocasiones se volvía condescendiente, no sufría
de celos enfermizos (como la mayoría de
las Nutricionistas) ya que podía estar con ella o con otras cuantas más en
mi cama.
En la mañana al despertar (si dormía) la buscaba confundido, entre mis sabanas o debajo
de la cama, pero al final su búsqueda era infructuosa, ella como amante prófuga,
huía sin mediar palabra, sin decir adiós.
Por varias noches nuestros
cuerpos se encontraron, se fundieron, y se rozaron de palmo a palmo, nunca me
acostumbre a su presencia ni a su recorrido habitual por mi cuerpo, pero la
llegue a soportar, quizás me estaba acostumbrando a ella. ¿Me estaría enamorando? ¡no lo creo!
Un día, sin advertir su
presencia (pues dormía plácidamente)
y en un momento de efervescencia ella clavo sus mandíbulas en mi escroto de
forma contundente, desperté al instante con un dolor progresivo y caluroso, la
tome con mis dedos sin medir fuerza y con tal desespero la arranque de un
tirón, desmembrando todo su frágil y pequeño cuerpo. No lo podía creer, había
dado muerte a aquella Hormiga roja de fuego, que se había convertido en mi
amiga y mi amante noctámbula. Llore de dolor (no sé si por la inflamación que me produjo su picadura o por su muerte)
pero llore, como lloran los hombres, cuando lloran por alguien que ha mordido
sus partes nobles.
Posdata: Por más que sea
culona, que nadie se meta con mis guevas.
Para aquella hormiguita que en varias ocasiones
con besos me picaba e inflamaba mis ganas de tenerla y abrazarla, y que desde
hace un tiempo sin querer la desmembré.
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